El cielo ardiendo, los ojos cerrados, y los metros de piel abandonados al recorrer de sus uñas, leves, imprevisibles.
Las baldosas frías, todas. El escenario, sin cortinas ni luces. Pero el público sí que no faltaba.
Ni aquel romper en aplausos sentidos
que agrietaba, aún más, el suelo.
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