2 abr 2010

Non grata

Es posible que mientras más cuidado procurabas tener, más fino tejías los bordes de tu decadencia momentánea. Se te desbarataban tus planes por segundo, y lo sabías, veías pasar ante tus ojos, por el cristal de tus gafas empolvadas, las montañas de retahílas de palabras, de esas tuyas, tan extrañamente ordenadas. En tu cabeza bailaban los días de té y sonrisas con las infinidades de tristeza desmedida. De pasos de tango reaprendidos, casi al azar, en bares diversos, con o sin pareja, eso era lo de menos. Sobre todo, cuando te rodeabas, tan voluntariamente, de ese fondo marino de tus penas, en el vaso de cristal. De turno.
Sin horas. Así se despertaban tus días, anclados sin mar, al viento, sin vela. De ojos tristes, y dedos salvajes y apenados. De ropas esparcidas por el suelo, que te quitabas con la sutileza del primer día. Con la grandeza de saber que allí anidaste junto a tus ganas, bien guardadas, en los cajones de tu mesilla.
Entrabas de puntillas, sin saber, que el ruido no era lo que lo despertaba. Tus tacones ya no sonaban en sus oídos, repletos de otros andares de los que te repugnaban, ni tu silueta inundaba ya sus retinas tan reticentes a ella, que ni la captaban. Desmemoriadas, a posta.
Lo cierto es que nunca supiste cuidarle, no lo arropabas, no te importaba si el sol le mojaba los párpados por las mañanas, o la luna se le metía en la cama. Ignorabas sus horas tendido a secar, su piel rasgada de soledades muertas, de esas que no se quitan ni con goma de borrar.
Sus tantas notas de despedida sobre trozos de papel que tú misma empaquetabas para reciclar y él lo convertía en su peculiar manera de decirte las cosas... cuando por sus labios ya no acostumbraban a salir nadas envueltas en halos de condescendencia pasajera, revestidas de coraje abstracto, y orgullo retirado. Cuando tus uñas de azahar te peinaban tus primeras canas, cuando en los cielos de las bocas no encontrabas la anilla de tu paracaídas de emergencia, cuando el coche perdía la buena costumbre de frenar a tiempo, cuando los ríos de esos con troncos a los que aferrarte, ahora te ahogaban, cuando el tedio te rajaba los miedos de tus alas... a volar, y otra vez te veías de vuelta a la casilla de salida...
Lo cierto es que nunca supiste cuidarte, no te arropabas, ni te importaba si la luna te mojaba los párpados por las mañanas, o si el sol se había convertido en persona non grata en tu cama, hacía semanas...

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Esto es Absolutamente Genial.

Extracto de la película "El lado oscuro del corazón"

No te salves, Mario Benedetti