
No me digas que no te acuerdas de aquella vez, cuando se nos terminaron los rollos de papel escritos y reescritos por anverso y reverso, y la tinta amenazaba con comenzar a escasear.
Aquello, que parecía un contratiempo sin absolutamente ninguna trascendencia, se desviaba por momentos de ser sólo eso. Tu mirada a través de la cortina no hizo más que acelerar mis latidos. Desbocados por naturaleza. Autónomos y liberados de mi cabeza, hace tanto... Tus siempre tranquilizadoras palabras, hoy me desorbitaban los renglones de mi pobre paciencia. Que se torcían y retorcían ante tus atónitas miradas. Inventadas.
Me gustabas tanto cuando despertabas...
Que el sol anidara en tu cama era como esa implacable y a la vez, sana sensación, que te recorre por dentro cuando tomas el sol en la playa. O cuando te abrazan sin previo aviso, cuando llegas a casa con ganas de nada y tienes la cena preparada, cuando te despiertas un sábado y tras unos segundos, adviertes que tienes mucho más que 5 minutos más, cuando llegas de un largo vuelo y te esperan con una sonrisa y un millón de besos...
No me digas que no la sentías, lenta…, ingenua..., disparatada… Felicidad.
Me encanta cuando subrayas en negrita el "re". Tienes unos detalles muy originales en tu forma de escribir.
ResponderEliminarEn cuanto a la felicidad, qué se puede decir que no hayas dicho?