Pierdo el equilibrio. Y me elevo, aunque luego caigo y recaigo sobre tus huecos. Y me hundo. Y quizás, lo peor es que me encanta. Adoro hundir mis pies en tu arena. Y mirarte de reojo cuando tú me miras. Y sonreírte descaradamente, y sonrojarme cuando, descalza, paso y repaso cada una de mis noches contigo.
Sin dejar huellas.
A destiempo, pero con tiempo.
Y contigo..., contigo.
Pierdo la noción del tiempo. Y me encuentro. Rodeada de tus dedos, empapada de tus sueños.
Vienes, y me encanta. Volver a sentir aquellas mariposas de seda cuando te veo, de lejos, entrando, recorres un tramo hacia mi, y todo me parece que se ralentiza, como si de un plano de una peli de Medem se tratara, pero no. Ahí estás tú, y suena tu música, Pink Floyd, David Bowie, o una mezcla con otros. Y toda esa efervescencia veraniega que me acaricia la espalda. Y subiendo, como escalofríos de agua salada.
Como tus noches a las mías aferradas.
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